...Continuamos nuestra travesía por la vasta selva Amazónica en busca de refugio, a pesar de caminar con 3 balas perforadas en el interior de mi brazo, al que anteriormente aplicamos como vendaje compresivo tela cortada con un cuchillo, de mi propio traje de camuflaje.
A pesar de mi sufrido brazo, marchábamos a una velocidad considerable, partiendo de la base de tener que vigilar cada centímetro que pisábamos por los múltiples peligros que acechaban en la selva...
De pronto sonaron 2 disparos que precipitaron los cuerpos de mis 2 compañeros contra el suelo, sin poder reaccionar ninguno de los 3 a tiempo. Mi primera reacción fue saltar detrás de los primeros arbustos que ví. Pero al hacerlo deje caer mi arma por el dolor insoportable que me producían mis heridas en el brazo izquierdo. Allí quedé inmóvil, la sangre se me heló, un frío intenso comenzó a sacudir todo mi cuerpo como si instantáneamente me hubiera teletransportado hacia la fría Antártida. Desarmado, herido y sin fuerzas, tan sólo esperaba que algún enemigo viniera a rematarme. Pero no fue así. No sé cuántas horas estuve quieto, inmóvil entre esos arbustos, pero mi sangre permaneció helada, y en mi cabeza tan sólo retumbaban todavía los zumbidos de aquellos disparos. Terminé por desmayarme, y desperté en una especie de cabaña construida por una tribu autóctona de la zona, que muy amablemente curó mis heridas con algún ungüento maloliente, que me hizo despertar precipitadamente.
Perdido en una región inlocalizable para mis pésimos conocimientos de la Selva Amazónica, escribo estas líneas sin conocer en absoluto mi incierto futuro...
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