Quisiera soltar las lágrimas que entonces mi orgullo no me dejó derramar,
pero cristalizaron y quedaron por siempre como una parte más de mi cuerpo.
Asumí como un deber el olvidar y rehacer, y en esa tarea es en la que continúo.
Pero el alma nunca olvida, y la calma es sólo fachada, cualquier día puede estallar cual bomba de relojería que no puede continuar una cuenta atrás agotada.
Los dientes logran contener la inminente explosión con su agresividad escondida tras la piel que les protege, mas la contención no puede ser eterna, y quién sabe cuánto tiempo más aguantarán.
La luna ya no calma mis sordos gemidos, por eso le rezo al Sol para rogarle clemencia ante una mirada demacrada por horas, días y semanas de lucha contra las sombras que me persiguen a plena luz del día.
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